Dame todo de ti, que yo te daré mi vida. Entrégame tu alma, tus sentimientos y tu corazón. Yo te daré a cambio mil felicidades.
Dame en palabras tus sentimientos, dame en sueños tu alma, dame en vida tu corazón. Tiñe de generosidad cada momento, y dame lo que necesito de ti: todo.
Dame cada día la esencia de ti, para que pueda recorrer tus anhelos y conocer tus secretos, todos tus secretos.
Dame todo de ti, sin barreras, sin esconder nada. Si me das todo de ti seré tu esclavo del amor.
Dame, que yo te daré, y aunque no me des nada de ti, yo me entregaré a ti.
Esta es mi promesa, esta es mi súplica.
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- Mi nombre es Rosalí Corrales Muñoz.Soy de origen cubano, vivo en la provincia de Camagüey.
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A la flor era semejante mi vida, en su aurora: a la flor que, abierta cuando la brisa
de la primavera viene a golpear en su puerta, deja caer uno, o dos pétalos, e ignorante
de su tesoro, no siente su pérdida.
Ahora cuando pasó la juventud, mi vida se parece al fruto que ya nada tiene que perder:
y espera, espera a alguien, para darse toda entera, con toda su pesadumbre de dulzura.
Etiquetas: Poemas de amor, Poesía, Rabindranath Tagore
RIMA LXIX
Al brillar un relámpago nacemos,
y aún dura su fulgor cuando morimos;
¡tan corto es el vivir!
sombras de un sueño son que perseguimos;
¡despertar es morir!
Al ver mis horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
¿quién se sentará?
Cuando la trémula mano
tienda, próximo a expirar,
buscando una mano amiga,
¿quién la estrechará?
Cuando la muerte vidríe
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
¿quién los cerrará?
Cuando la campana suene
(si suena en mi funeral)
una oración, al oírla,
¿quién murmurará?
Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa,
¿quién vendrá a llorar?
¿Quién en fin, al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo
quién se acordará?
RIMA XXXVII
Antes que tú me moriré; escondido
en las entrañas ya
el hierro llevo con que abrió tu mano
la ancha herida mortal.
Antes que tú me moriré; y mi espíritu,
en su empeño tenaz,
se sentará a las puertas de la muerte,
esperándote allá.
Con las horas los días, con los días
los años volarán,
y a aquella puerta llamarás al cabo...
¿Quién deja de llamar?
Entonces, que tu culpa y tus despojos
la tierra guardará,
lavándote en las ondas de la muerte
como en otro Jordán;
allí donde el murmullo de la vida
temblando a morir va,
como la ola que a la playa viene
silenciosa a expirar;
allí donde el sepulcro que se cierra
abre una eternidad,
todo cuanto los dos hemos callado,
allí lo hemos de hablar.
RIMA XXII
¿Cómo vive esa rosa que has prendido
junto a tu corazón?
Nunca hasta ahora contemplé en el mundo
junto al volcán la flor.
Cruza callada, y son sus movimientos
silenciosa armonía:
suenan sus pasos, y al sonar recuerdan
del himno alado la cadencia rítmica.
Los ojos entreabre, aquellos ojos
tan claros como el día;
y la tierra y el cielo, cuanto abarcan,
arden con nueva luz en sus pupilas.
Ríe, y su carcajada tiene notas
del agua fugitiva;
llora, y es cada lágrima un poema
de ternura infinita.
Ella tiene la luz, tiene el perfume,
el color y la línea,
la forma engendradora de deseos,
la expresión, fuente eterna de poesía.
guarde oscuro el enigma,
siempre valdrá lo que yo creo que calla
más que lo que cualquiera otra me diga
Etiquetas: Gustavo Adolfo Bécquer, Poemas de amor, poemas de sentimiento, Poesía
Quiero, a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.
Eran de lirios los ramos,
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En una caja de seda.
...Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
El volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.
Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo cargado de flores.
...Ella, por volverlo a ver,
Salió a verlo al mirador:
El volvió con su mujer:
Ella se murió de amor.
Como de bronce candente
Al beso de despedida
Era su frente ¡la frente
Que más he amado en mi vida!
...Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.
Allí, en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos:
Besé su mano afilada,
Besé sus zapatos blancos.
Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
A la que murió de amor!
Por: José Martí