Como hemos visto, la Biblia fue escrita por muy diferentes personas, en tiempos muy distintos. Y, como es natural, cada autor escribió a su modo, según los problemas y la cultura de su tiempo. Dios respetó, en su inspiración, la manera de ser, la cultura y los gustos de cada autor. Y buscaba siempre dar respuesta a los problemas de cada época. Por ello, para entender el mensaje que quiere dar, es necesario conocer las circunstancias históricas dentro de las cuales escribía cada autor.
Pero para entender el mensaje de Dios en la Biblia no basta con conocer las circunstancias históricas. Es necesario además, entre otras muchas cosas, saber distinguir el género literario en que fue escrita cada parte de la Biblia. De ello hablaremos en este capítulo.
1. LOS GENEROS LITERARIOS EN GENERAL
No es lo mismo leer un libro de poesías, que de historia o una novela, una obra de teatro, una carta o un código de leyes. Ante cada uno tomamos una actitud diferente. Sería un grave error leer una novela tomándola al pie de la letra, como si fuera una historia realmente sucedida; y tomaríamos por loco al que quisiera considerar como leyes civiles los entusiasmos románticos de unas poesías de amor. Pues este error y esta locura la cometemos con frecuencia cuando leemos la Biblia como si todo estuviera escrito en la misma clase de género literario. Uno es el lenguaje expresado en un libro de profecías y otro distinto el que usa un libro de leyes como el Levítico. Si se trata de un libro de género poético, como los Salmos, no podemos tomar sus palabras del mismo modo que las de una carta de San Pablo.
Los géneros literarios son, pues, las diversas formas en que puede expresarse un autor al escribir, según sea la intención que él busca con su escrito. Todos nosotros usamos diversos géneros literarios según sea nuestra intención. Así, el enamorado se dirige a la enamorada de muy distinta forma a la de un periodista que da una información, o a la forma cómo un médico escribe una receta. Sería necio quien interpretase todos los lenguajes de la misma forma.
Cuando un escritor quiere dar un mensaje reflexiona primero sobre la forma literaria que debe usar para conseguir su objetivo. En el caso de un científico, por ejemplo, es enorme la diferencia entre escribir un artículo para una revista científica o para un diccionario de divulgación o para una página de periódico.
En la literatura los resultados son radicalmente distintos según se desarrolla un tema a modo de poesía, de teatro, de novela, de fábula o de historia. Cada una de estas formas o géneros literarios tiene sus propias normas, que no se pueden aplicar indiferentemente para cualquier tema. Tiene que haber una correspondencia entre el tema y la forma. Un asunto criminal, por ejemplo, encaja bien en la forma narrativa de una novela, pero no ciertamente en la forma de una poesía romántica.
Cada forma literaria tiene su modo especial de presentar la realidad. Por ello el lector aborda los libros con distinta expectación, según la forma literaria en que están escritos. Una novela romántica se lee con una expectación distinta a como se lee un libro de historia, porque cada forma de lenguaje aborda, a su modo, la realidad. Nadie espera que los personajes de la novela hayan vivido realmente; o si se trata de una novela histórica, que los personajes hayan dicho y hecho en realidad cuanto dicen y hacen en la novela. Nuestras esperanzas son distintas ante una colección de refranes, una leyenda épica, un cuento o un serial radiofónico. Unas y otras son formas literarias de captar y expresar la realidad, pero cada cual a su modo.
2. LOS GENEROS LITERARIOS EN LA BIBLIA
Todo lo dicho vale, como es natural, para la Biblia, como para cualquier obra escrita. La dificultad está en que, como la Biblia se escribió durante mucho tiempo y hace siglos, las circunstancias y las formas de lenguaje han cambiado tanto que a veces nos resultan poco familiares.
En la historia de la Iglesia ha habido enormes confusiones y han estallado amargas discusiones por el mero hecho de no haberse dado cuenta de la intención fundamental de ciertos géneros y formas literarias. Se tomaron como noticias históricas textos bíblicos que pretendían simplemente predicar, anunciar un mensaje; o se tomaron como leyes textos del Nuevo Testamento que no era más que exhortaciones. Se vieron como historias reales narraciones noveladas. Se quiso tomar todo al pie de la letra, hasta los temas de carácter científico, costumbrista o cultural.
Hoy en día, sobre todo a partir de Pío XII, se tiene en la Iglesia un especial cuidado en distinguir los diversos géneros literarios de la Biblia. Dice este Papa en su encíclica ‘Divino Afflante Spíritu’: “El intérprete debe trasladarse con el pensamiento a aquellos tiempos del Oriente, y con la ayuda de la historia, de la arqueología, la etnología y otras ciencias, examinar y distinguir claramente qué géneros literarios quisieron usar y usaron de hecho los escritores de aquellas épocas remotas... Ninguno de los modos de hablar de los que entre los antiguos, y especialmente entre los orientales, se servía el lenguaje para expresar el pensamiento, puede decirse que es incompatible con los Libros Sagrados... En la Escritura las cosas divinas son presentadas, según el uso de su tiempo, de un modo humano... Conociendo, pues, y evaluando debidamente los modos y el arte de hablar y escribir de los antiguos, se podrán resolver muchas objeciones que se hacen contra la verdad y el valor histórico de las Sagradas Escrituras; además de que este estudio ayudará mucho a una más completa y luminosa comprensión del pensamiento del autor sagrado.”
Más tarde el Concilio Vaticano II afirmó con claridad: “Para descubrir la intención del autor, hay que tener en cuenta, entre otras cosas, los géneros literarios. Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos, o en otros géneros literarios. El intérprete indagará lo que el autor sagrado dice e intenta decir, según su tiempo y cultura, por medio de los géneros literarios propios de su época. Para comprender exactamente lo que el autor propone en sus escritos, hay que tener muy en cuenta los modos de pensar, de expresarse, de narrar, que se usaban en tiempos del escritor, y también las expresiones que entonces más se solían emplear en la conversación ordinaria” (Dei Verbum, 12).
Siguiendo estas instrucciones, los estudiosos de la Biblia o exegetas modernos descubren en la Biblia todo un arsenal de géneros y formas literarios. Los siglos pasados no supieron ver la riqueza y el colorido de las formas literarias de la Biblia. No se hablaba sino de tres géneros: los libros históricos, los proféticos y los didácticos. Este reparto superficial y mecánico hizo que Tobías fuera metido entre los libros históricos, Jonás entre los proféticos y los Salmos entre los didácticos. Y lo que es peor, los llamados libros históricos acapararon la atención, de forma que toda la Biblia muchas veces fue aprisionada y reducida a historia sagrada.
En realidad cada libro tiene su género literario, y dentro de cada uno suele haber diversas formas literarias. La exégesis moderna distingue en la Biblia el relato histórico, la saga, el mito, el cuento, la fábula, el sermón, la exhortación, la confesión de fe, la narración didáctica, la parábola, la sentencia profética, jurídica o sapiencial, el refrán, el discurso, la oración, el canto, etc. La lista podría alargarse y dividirse aun más. Pero no es ese el fin de este folleto. Solo daremos algunas normas generales y algunos ejemplos concretos, de modo que nos puedan ayudar a familiarizarnos con el lenguaje bíblico.
En primer lugar daremos algunas normas generales y, en otro apartado, pondremos algunos ejemplos claves.
En la Biblia, como en todo escrito, se habla a veces en lenguaje figurado, con sus metáforas, sinécdoques, metonimias y antropomorfismos. Dice, por ejemplo, que la luna se avergüenza y que las estrellas se alegran; que Dios duerme y se levanta; que cubre al fiel con sus alas... Sería equivocado entenderlo como suena o imaginarse que el cielo tiene puertas con San Pedro de portero porque el Señor dijo que le daba sus llaves. Las figuras hay que tomarlas como figuras, y no como realidades tal como suenan.
También sería equivocado tomar como suenan las exageraciones frecuentes en la Biblia. En aquel tiempo todos entendían que había que rebajar las cifras cuando se hablaba de los combatientes en una batalla o de las riquezas del templo o del rey. La exageración era un modo de realzar el relato y dar a entender la importancia de la cosa. ¡Nosotros ahora también sabemos exagerar con ese fin!
También son figuras, que no deben tomarse al pie de la letra, las paradojas, como aquella de que “el que no odia a su padre y a su madre, no es digno de mi” (Lc 14,26).
Los autores de la Biblia, hijos de su tiempo, se expresan según la mentalidad y la ciencia de su época: Por eso dicen que la tierra está fija y es el sol el que se mueve, o que la luna es más grande que las estrellas. En conformidad con la visión religiosa y la ciencia de su tiempo, atribuyen muchas enfermedades al demonio. Frecuentemente se saltan las causas segundas, atribuyendo a Dios directamente todo lo que pasa.
En la Biblia hay a veces narraciones folklóricas, con sus típicas exageraciones y formas épicas populares, cuyo objeto es dar importancia a la figura de los héroes y las gestas del pueblo. Tales parecen ser la historia de Sansón (Jue 13), la de las pieles que Rebeca puso a Jacob (Gén 27) o la forma como se describen las plagas de Egipto (Ex 9 ). Esas formas son maneras de la narrativa popular, que se complace en dar colorido a los relatos y agrandan las cosas para impresionar.
A veces en la Biblia hay cábalas, es decir, lecciones en números, cosa muy del gusto de los orientales, aunque para nosotros sea algo desconocido. Un ejemplo claro es el de la edad de los patriarcas. Con esas cifras tan altas no se quiere determinar un número concreto de años vividos, sino darnos una lección en números sobre la perfección de los patriarcas. No se pueden tomar como nos suenan a nosotros muchos números de la Biblia. Hay que buscar su sentido simbólico, ya que con frecuencia significan cualidad y no cantidad. El 7, por ejemplo, significa totalidad, y el 12, perfección.
3. ALGUNOS EJEMPLOS CONCRETOS
No pretendemos dar una lista, ni una definición, de todos los géneros literarios presentes en la Biblia. Solamente queremos dar algunos ejemplos concretos, muy brevemente, de modo vivencial, con el fin de poder intuir su importancia y quedarse, quizás, también con el deseo de seguir estudiando el tema.
a) Narración Didáctica:
Tomemos como ejemplo el libro de Jonás. Se trata de un escrito instructivo a partir de una narración muy concreta. Su punto culminante no es la escena del pez, sino el diálogo entre Dios y Jonás al final de la narración. A Jonás le escandaliza la misericordia de Dios hasta el punto de desearse la muerte. Dios justifica su misericordia con un discurso, que acaba con una pregunta : “¿Y no voy a afligirme yo por Nínive?”. La pregunta va dirigida al pueblo judío (Jonás), encerrado en sí mismo, al que no le agrada que Dios se apiade de los paganos, simbolizados por Nínive. El libro de Jonás no es un escrito histórico. Sólo tomando en serio y con todas sus consecuencias el género literario de esta narración se puede penetrar en la profundidad del libro de Jonás: enseñar que Dios es muy distinto a nosotros y su misericordia está muy por encima de lo que nosotros podemos imaginar. Al pequeño sufrimiento de Jonás se contrapone nada menos que la gran sensibilidad de Dios a favor de los inocentes.
Narraciones didácticas son también, por ejemplo, los libros de Job y de Rut.
b) Saga:
Fijémonos como ejemplo de saga en la maravillosa narración del sacrificio de Isaac (Gén 22,1-19). A diferencia del caso de Jonás, esta narración pretende ofrecernos “historia”, aunque de un modo especial. Abrahán es una figura histórica, pero al mismo tiempo es una idealización grandiosa y artística de lo que Israel ha vivido a través de los siglos. La historia del sacrificio de Isaac era muy antigua, transmitida por mucho tiempo de boca en boca. Pero no es una historia en el sentido moderno de la palabra. Presenta una parte de la historia de Israel a través de un fragmento de la historia de Abrahán, centrando la atención precisamente en su relación con Dios: se trata de experiencias de fe, patentes únicamente a los ojos del creyente, y vividas a través de los siglos.
La saga es, pues, una narración que por un largo período de tiempo se transmitió oralmente, y que conservaba de generación en generación las vivencias históricas de un pueblo. Son sagas casi todas las historias de los patriarcas y cantidad de narraciones del Antiguo Testamento. Abrahán, Isaac y Jacob son personajes históricos, pero al mismo tiempo sus figuras grandiosas se nos presentan poéticamente interpretadas a través de lo que Israel ha vivido a lo largo de los siglos: que Dios los ha llamado, escogido y guiado; que Dios es fiel a sus promesas, a pesar de las infidelidades de Israel; que los sufrimientos al final Dios los convierte en bendiciones. Israel ha interiorizado estas experiencias que tuvo a lo largo de la historia. En ellas se ha identificado y tomado conciencia de sí y las ha ejemplarizado en las historias de los patriarcas.
c) Narración Histórica:
El prendimiento de Jesús que narra Marcos (14, 43-52) contiene una serie de detalles históricos, y todo el hecho en sí es histórico. Sin embargo, el relato trasciende la mera información o noticia, porque trata de interpretar el acontecimiento a la luz de la fe. Se ve el esmero con que se ha trabajado el texto, y la enorme distancia que hay entre un texto así y la seca enumeración sucesiva de unos hechos sin más conexión que la cronología. En este texto hay una enumeración de episodios, pero cuantificada con vistas a las intenciones del narrador. Este texto es más que un informe. Es una narración histórica, que interpreta los acontecimientos, da sentido a hechos particulares y los alumbra con una luz interior, sin reparos en poner en boca de Jesús palabras que sirven para dar la explicación religiosa del suceso.
Esta ordenación de los hechos y la simultánea interpretación de los mismos caracteriza a toda la historia de la Pasión, y más aún constituye una dimensión esencial de la mayoría de las narraciones evangélicas. Jamás vemos en los Evangelios un informe escueto, que reproduzca sólo la materialidad externa de los hechos, renunciando a toda interpretación. Sólo el conocimiento exacto de los hechos, como en una filmación, no nos hubiera descubierto la verdad más profunda del por qué de la vida y la muerte de Jesús. Las dimensiones profundas de la historia, su misterio y su sentido último, sólo son accesibles mediante la interpretación y la aclaración. Por ello no podían satisfacer a la Iglesia primitiva los géneros literarios llamados crónicas o noticiarios, aunque nosotros ahora indebidamente los añoremos. Quisiéramos saber cantidad de detalles de la vida de Jesús, pero con frecuencia no nos interesa la interpretación teológica de su vida, que es lo que buscan los Evangelios.
Las narraciones históricas de la Biblia buscan descubrir el fondo de la historia, considerando los hechos desde la experiencia de la fe. Parten de unos hechos reales, pero no se contentan con reflejar sólo su imagen externa.
d) Narración Confesional
A veces, en el Nuevo Testamento, el relato se absorbe de tal modo en el sentido profundo del misterio de Jesús, que se aleja del dato histórico puramente material y externo. Como narración típica de este género analizaremos la anunciación del nacimiento de Jesús, según Lucas 1, 26-38.
Este texto está muy bien construido. Nada sobra en él. Todo tiene un sentido profundo. El conjunto de la narración se compuso a base del Antiguo Testamento. El autor no sólo se contentó con tomar de él esas fórmulas conocidas, como “no temas” o “nada es imposible para Dios”. Ajustó además su narración a dos esquemas ya existentes en el Antiguo Testamento, combinándolos entre sí: el esquema de anunciación (Gén 16,7-12; 17, 15-19) y el de vocación (Ex 3,10-12; Jer 1, 4-10). Desvelando así la estructura íntima de la narración de Lc 1,26-38, podemos llegar a la conclusión de que el evangelista no pretende en primera instancia referir un hecho minucioso y detallado, sino dar una interpretación teológica.
El momento cumbre y el sentido central de la narración está en las frases que hablan de la grandeza del Niño que va a nacer (versículos 32-33). El texto, a la luz de la fe pospascual, quiere interpretar y aclarar la personalidad de Jesús, su ser y su misterio. La narración está dirigida a confesar que Jesús es el Hijo de Dios. Dice además que Dios le dará el trono de David, o sea, que Jesús será el Mesías esperado, que llegará a tener un reinado eterno.
Podemos decir, pues, que en el centro de este pasaje hay una profesión de fe pospascual, interpretada y formulada como narración. Por consiguiente, el texto no debe leerse como una noticia, ni como un informe histórico, sino como una narración confesional.
e) Los discursos de Revelación del Cuarto Evangelio
Es fácil darse cuenta que Jesús habla de forma distinta en el Evangelio de Juan y en los Evangelios sinópticos. No es éste el momento de constatarlo en concreto. Pero las diferencias afectan no sólo al contenido, sino también a la forma y estilo. Compárese Juan 8, 12-29 con Lucas 12, 49-59. Jesús habla en los tres primeros Evangelios al estilo de un profeta; en el de San Juan, al estilo de un revelador.
Ante estas diferencias es lógico preguntarse cómo realmente habló el Jesús histórico, como en el Evangelio de Juan o como en los sinópticos.
Ciertamente en los tres Evangelios más antiguos nos hallamos más cerca del Jesús histórico, que en el cuarto Evangelio. El discurso de revelación, como los del Evangelio de Juan, es un género literario que nunca utilizó el Jesús histórico. El discurso de Juan 8,12-19 es la composición de un teólogo del cristianismo primitivo, pero no es un discurso del Jesús histórico.
Pero ante estas conclusiones hay que preguntarse: ¿Consistirá la verdad sólo en la descripción exacta de los hechos externos, o hay otras formas distintas de verdad? ¿Bastaría un discurso registrado en grabadora al pie de la letra para conocer quién fue Jesús y lo que quiso? ¿Qué refleja más profundamente la realidad, una fotografía o un cuadro pintado por un gran artista?
Existe una profunda unidad entre el Jesús de los Evangelios sinópticos y el Jesús del Evangelio de Juan. El autor del cuarto Evangelio no hace sino meditar y ahondar en las palabras de Jesús que recogen los tres primeros Evangelios. San Juan tira de los hilos que se ven en la trama de los primeros Evangelios y desarrolla una imagen nueva, pero cuyos rasgos ya estaban allá esbozados. A pesar de las diferencias, el Evangelio de Juan refleja con exactitud, profundidad y fidelidad el ser y la misión de Jesús.
Queda en pie el hecho de que en el Evangelio de San Juan no habla el Jesús histórico. Los discursos de revelación de este Evangelio son meditaciones teológicas de la primitiva Iglesia sobre el mensaje de Jesús y el misterio de su persona. Y son meditaciones que brotan de la fe en Cristo y de un grande amor a Cristo. Sólo así se puede conocer su misterio y su intimidad.
Siempre queda, además, en pie la verdad de que los discursos de Juan son palabras inspiradas por Cristo resucitado… Si no son del Jesús histórico, sí lo son de Cristo resucitado.
No hemos pretendido examinar al detalle todos los géneros y formas literarios de la Biblia. Sólo nos interesaba hacer caer en cuenta de su existencia y de la importancia que tiene su conocimiento para una recta inteligencia de cada pasaje bíblico. Si alguien interpreta la narración de Jonás como una noticia histórica, puede ser que arroje indignado la Biblia de sus manos; pero sabiendo que se trata de una descripción gráfica del amor y de la paciencia de Dios aun para con los más pecadores, la leerá con gusto y la meditará con frutos siempre nuevos.
La finalidad de la crítica de las formas y géneros literarios no se reduce a decidir si un texto es histórico o no lo es. Su misión específica es descubrir el fin y la intención de un texto. Tiene que buscar el mensaje que el texto pretende dar, dónde yace su sentido central y qué lenguaje emplea para conseguirlo. Nos ha de ayudar a descubrir la intención, el propósito buscado en la forma de lenguaje escogido. Hay que ver si el autor quiere instruir o predicar, aconsejar o acusar, dar una ley o simplemente manifestar su fe. Hay que preguntarse siempre por la intención profunda que encierra cada texto o pasaje.
Pero ello no quiere decir que tenga uno que ser especialista en exégesis para poder entender rectamente la Biblia. Pero sí hay que insistir en la necesidad de estudio. La Biblia no puede interpretarse a lo loco, como a cada uno se le antoje. Pues en ese caso muchas veces le hacemos decir a la Biblia lo que de ninguna manera dice ni quiere decir.
Al menos es necesario tomarse en serio las introducciones y las notas que traen las buenas Biblias. Además siempre será necesaria la lectura de libros y folletos que nos enseñen a profundizar en el mensaje bíblico. Y cursillos, y la constante lectura de la Biblia, tanto personalmente, como en familia y en comunidad.
Pero no basta el estudio. Ante todo es necesaria la fe, como veremos más adelante, Y el deseo de vivirla. Es imposible entender la Biblia si no se tiene la intención de ponerla en práctica, viendo siempre en ella la luz y la fuerza de Dios. De ello pasamos a hablar en el capítulo que sigue a continuación.