a veces soy yo, el que te quiere,
el que te mira y se enternece todavía,
el que camina pausado y nunca falta a una cita,
el que cumple al pie de la letra todos los roles
como un legado genealógico:
El padre, el esposo, el hijo, el trabajador,
el pastor y la oveja, el guardián del faro
que no abandona nunca su puesto,
el sensato, el responsable que tú quieres.
Otras veces soy el otro,
el que extraña mares de vida, puertos de amor,
islas de libertad, el eterno navegante, un cimarrón,
el que quiere todo y cambiar todo al mismo tiempo
y al mismo tiempo quiere estar en todas partes
como el aire, como el cielo,
la contracara de mí, el que no entiendes ni comprendes.
Algunas veces soy aquel,
el que se harta, el que no se aguanta a sí mismo,
el que siempre está a punto de mandar todo al carajo
y empezar de nuevo en ninguna parte,
el que no encuentra su lugar en el mundo,
el que aborrece a todo el mundo
y de paso a ti también, el eterno disconforme,
ese irascible que no soportas.
De vez en cuando soy aquel otro,
el indiferente, el que hace oído sordo a tus reclamos,
el exilado de sí mismo, el que anda por la vida
con su mirada abúlica, con su inercia a cuesta,
el que acepta las cosas así como vienen
indolentemente como un árbol a la orilla del río,
de vez en cuando soy ese hombre distante
al que tú tratas como a un extraño.
Pero tanto yo, como el otro, aquél y aquel otro
tenemos algo en común, te tenemos a ti
y todos, cada uno a su manera, te queremos
y en eso, Amor mío, nadie está en desacuerdo.