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Cansada de la soledad

Cansada de dormir sola abrió la puerta del ascensor cuando apenas sonaban las 12, al contrario de Cenicienta en vez de regresar a las 12 ella salía enfundada en su Montgomery azul cobalto y una bufanda celeste enroscada a su cuello de cisne.

Hastiada del frío de las sábanas donde solitaria noche a noche terminaba padeciendo insoportables insomnios, con las manos enguantadas en los bolsillos, cambió el frío de la cama por el de la noche, amenazaba con llover, aún así no desistió.

Aburrida de sentirse más sola que un muerto, se subió a los 10 cm de tacos, entró al baño y delineó la boca con el rouge más rojo y encendido que tenía, las pestañas recargadas de un rímel oscuro y espeso hizo que sintiera los párpados pesados, al mirarse en el espejo del dosier advirtió que el maquillaje de sus ojos acentuaba una mirada lánguida y seductora.

Con decisión cerró la puerta del departamento y en ascensor arregló el mechón de cabello que caía rebelde sobre su frente. Salió a la calle sosteniendo con fuerza las manijas de la cartera que colgaba de su hombro.

Caminaba con seguridad por las calles oscuras y terriblemente frías, pero no tanto como el frío de su lecho. Entro a un bar y se sentó pegada a la ventana que daba a la ochava, pidió un café con crema y una copita de Tía maría. No sabía que hacía allí, ni que buscaba, huía del silencio del apartamento, de la soledad de su lecho, de la mudez del teléfono y del odioso insomnio que padecía hacía tanto tiempo.

El café humedecía sus labios cuando una voz sonó detrás de ella. Subió su lánguida mirada y asintió al pedido de compartir su mesa. El hombre, se sentó frente a ella ofreciéndole un cigarrillo, aceptó aunque hacía mucho que había dejado de fumar. Después de presentarse la conversación surgió fluida, dos horas más tarde cuando el mozo comenzó a levantar las mesas, él pagó y ayudándola a ponerse el saco la tomó de los hombros y salieron a la calle.

El hotel estaba a dos cuadras del Café Román, la habitación en penumbras era cálida, las sábanas suaves y perfumadas, los espejos rodeaban las paredes y el techo, al silencio interrumpido solo por los suspiros de ella y el susurro de la voz de él en sus oídos endulzándolos con sus halagos. La mañana encontró sus cuerpos tibios enlazados. Después de mucho tiempo ella despertaba de un plácido sueño.

Al salir del hotel el hombre paró un taxi, besó sus labios ahora limpios de rouge y sacó una tarjeta de su billetera que puso suavemente en sus manos. Volvió a tomarle la cara entre sus manos y a besarla casi con furia, pensando que quizás esa sería la última vez que lo haría. Abrió la puerta del auto y pagó al taxista haciéndole seña de que se quedara con el vuelto, cuando ella estuvo dentro cerró lentamente como si no quisiera dejarla ir, sentía que cuando el taxi partiera la perdería, acarició el vidrio como si acariciara sus mejillas, metiendo sus manos en el bolsillo esperó que el automóvil doblara la esquina y comenzó a caminar con pasos lentos mientras sus labios pronunciaban su nombre con el mismo placer con que había saboreado sus besos.

El tiempo pasa tan de prisa que al invierno le sucedió la primavera y sin que ella se diera cuenta llegó el verano, pero este como no puede ser de otro modo le abrió las puertas al otoño. A mediados de mayo una lluviosa tarde ella regresaba a su departamento con un hermoso niño recién nacido entre sus brazos. La ternura resplandecía en su rostro, y un brillo estelar destellaba en la mirada.

Se dirigió a la habitación; al lado de su cama un acogedor moisés esperaba el rosado cuerpito del bebé. Lo acostó después de darle de mamar y lentamente se dirigió al closet, buscó en los cajones aquella cartera que no usara desde esa noche de invierno en la que saliera hastiada de su soledad, buscó una tarjeta que dormía en el fondo, la leyó varias veces, se sentó al borde de la cama y tomó el teléfono, pero sin saber porque, volvió a guardar la tarjeta en el fondo de la cartera y se tiró sobre la cama, mirando el moisés con toda la ternura que puede sentir una madre se quedó dormida con una pequeña manito entre la suya.

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