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El pobre Pancho

Por:Ernesto Pantaleón Medina

Su nombre era Francisco, pero en el barrio todos lo llamaban Pancho. Era un tipo popular, de esos a quienes todos saludan con afecto, debido a su carácter jovial, su sonrisa pronta y su disposición de ayudar a cualquiera a resolver esos pequeños problemas que con pertinacia afectan el funcionamiento hogareño.

Que se averió un equipo, o es necesario pintar una pared, o realizar una conexión eléctrica, ahí estaba Pancho, y entre chistes y bromas dejaba resuelto el contratiempo.

Pero un defecto ponía una oscura nube en la vida de mi vecino: la bebida, no por el hecho muy común de ingerir alguna que otra copa, sino por la frecuencia con que se daba a lo que llamaba por alguna extraña razón sus “ratos amigos”.

Primero la esposa, luego quienes lo conocían de cerca, le advirtieron que recorría un camino peligroso y en pendiente, pero no atendió a razón alguna, centrado en un aparente disfrute.

Lo perdió todo: las relaciones con los vecinos, por sus desplantes, y más de una agria discusión lo tuvo como ebrio protagonista; en el trabajo las ausencias reiteradas obligaron a la administración a tomar medidas severas, tras muchos alertas y llamados al orden, por último, llegó el divorcio, y el trauma agudizó aquello que era la causa principal: el alcohol.

La pendiente se convirtió en picada, y era frecuente encontrar a Pancho sucio, con ojos alucinados, en cualquier rincón, murmurando frases incoherentes, o lanzando improperios contra todo y contra todos.

Ayudas recibió incontables, desde los familiares cercanos, o los conocidos, hasta las instituciones estatales a cargo de la atención a los casos sociales e incluso la reclusión en un centro especializado…todo en vano, cada aparente victoria llevaba a una recaída, por falta de voluntad propia.

Hace algunos días una noticia estremeció el barrio: El buen Pancho acababa de morir en una institución hospitalaria, a la edad de 42 años, luego de reconciliarse con la esposa, los hijos y hermanos, y cuentan que en el último instante esbozó una sonrisa, pobre remedo de aquel gesto franco y amable que le granjeaba tanta simpatía.

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