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El que es celoso, no es nunca celoso por lo que ve; con lo que se imagina basta.

El que no tiene celos no está enamorado.

El celoso ama más, pero el que no lo es ama mejor.

El hombre es celoso si ama; la mujer también, aunque no ame.

De cualquier forma los celos son en realidad una consecuencia del amor: os guste o no, existen.

El amor es fuerte como la muerte; los celos son crueles como la tumba.

Ser celoso es el colmo del egoísmo, es el amor propio en defecto, es la irritación de una falsa vanidad.

La desconfianza es madre de la seguridad.

Desconfía de la persona que lo ve todo bien, y de aquel que lo ve todo mal.

¿Qué soledad es más solitaria que la desconfianza?

Debemos desconfiar unos de otros. Es nuestra única defensa contra la traición.

La confianza, como el arte, nunca proviene de tener todas las respuestas, sino de estar abierto a todas la preguntas.

La confianza ha de darnos la paz. No basta la buena fe, es preciso mostrarla, porque los hombres siempre ven y pocas veces piensan.

La fuerza es confiada por naturaleza. No existe un signo más patente de debilidad que desconfiar instintivamente de todo y de todos.

Confiar en todos es insensato; pero no confiar en nadie es neurótica torpeza.

La confianza es madre del descuido.

Nadie que confía en sí, envidia la virtud del otro.

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